Estar lejos de casa me enseñó hace ya algunos años a crear familias a donde una llega y a mantener un lazo hacia hacia las que una deja atrás. No son familias de sangre, no son heredadas, son personas que conoces en los salones de clase, en los comederos, en el barrio o en la casa donde vives, y que poco a poco se convierten en verdaderos amigos. Mi familia ha crecido mucho en la distancia, se ha llenado de nuevos hermanos a los que llamo amigos, que me transmitieron en sus caras, en sus acciones, en su ejemplo las bases que me han hecho lo que ahora soy.
De mis amigos he aprendido a tener la mente inquieta, a no dejarme dormir en los laureles del conformismo y siempre buscar la superación para cambiar las posturas pasivas por otras más ofensivas hacia la vida y hacia los objetivos que te mueven; he aprendido a apreciar la fortuna de tener una familia, padres, y hermanos que te quieren y te cuidan, que una buen comentario, una caricia, un abrazo, un buen gesto hacen mucho más que esa dejadez con la que normalmente tratamos a los nuestros; he aprendido que el futuro depende de cada decisión que se toma en el presente, a pensar, a preguntarme y a cuestionarme sobre los rumbos que aran esas decisiones, ha asumir sus consecuencias y nunca dejar de buscar la felicidad; he aprendido a valorar la independencia y a contar con los que te quieren y estiman.
En el laberinto que tenemos por camino a la felicidad está disfrutar de los triunfos y ayudar en los infortunios a los hermanos que vamos haciendo en el trasegar de esta vida. Que tengan una buena navidad mis amigos, que disfruten estas fiestas y que la distancia no nos distancie.
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